El primero de ellos se dio alrededor del siglo VII a.C. y su nombre seguramente les resulta familiar a todos: el hoplita. Este ciudadano-soldado, fue concebido como una milicia ciudadana equipada a modo de lanceros, y su nombre provenía de la palabra hoplón, que sirve para describir el gran escudo de madera o bronce que estos soldados portaban. Eran relativamente fáciles de equipar y casi todos los ciudadanos griegos de la Antigüedad sirvieron como hoplitas, desde filósofos hasta dramaturgos. Probablemente la figura más conocida por todos ustedes sean los archifamosos hoplitas espartanos, que fueron hasta el 400 a.C. la fuerza más temida de Grecia.
Equipo de un hoplita clásico.
El segundo avance, de carácter más material, se dio alrededor del siglo III a.C. Hablamos nada más y nada menos que de la sarissa macedonia. Esta era una larga pica de entre 3 y 7 metros (aunque generalmente medían unos 6) y fue usada como arma principal por las falanges macedonias de Filipo II y su hijo Alejandro III (el Magno, para aclararles). Su invención se atribuye de hecho al propio rey Filipo, que instó a sus hombres a utilizar estas formidables lanzas con ambas manos. Dicha táctica resultó abrumadora, y al final de su reinado (336 a.C.), el antoriormente frágil reino de Macedonia controlaba la totalidad de Grecia.
Bustos de Alejandro Magno y su padre Filipo II.
La clave del éxito de esta pica residía en el tipo de formación de falange llevada a cabo por lor generales macedonios. La compacta formación creaba un muro de picas, de manera que una sola línea de sarisas permitía proteger a las cinco primeras filas de hombres situados por delante de ella. Esto permitía que incluso si la primera línea caía, aún quedasen otras cuatro para defenderlas. Los soldados (conocidos como pezhetairoi) de las filas traseras colocaban las picas en un ángulo de 70º-80º e iban inclinándolas a medida que se acercaban a la primera línea de combate. De este modo se creaba por una parte una sensación de puercoespín, y por la otra se protegía a la formación de los ataques a distancia, minimizando bajas.
Falange macedonia.
A pesar de ser un arma muy pesada (casi 5kg), la sarisa era ideal para la lucha contra hoplitas y otras unidades con armas cortas, ya que, al tener que esquivarlas, se les impedía alcanzar sin más las filas de pezhetairoi y diezmarlas. Fuera del combate, su utilidad era poca y entorpecían la marcha, pero esto también se solucionó rápidamente: la pica se dividía en varias partes que se montaban para el combate y posteriormente se desmontaban para aligerar la marcha y garantizar la movilidad plena de las tropas.
El momento en que tanto la falange como las sarisas demostraron su efectividad fue en la batalla de Gaugamela, en la que las tropas de Alejandro aplastaron estrepitosamente al ejército persa de Darío III que los superaba ampliamente en número (40.000 macedonios enfrentados a unos 250.000 combatientes persas).
Sarissa.
Tras la muerte de Alejandro, los llamados Reinos de los Sucesores lucharon entre sí manteniendo las tácticas de la falange y la sarisa, siendo la nación de mayor fuerza el Imperio Seléucida, que solo pudo ser derrotado en el 191 a.C. por los romanos en la Batalla de Magnesia. Como a todo arma, el tiempo de la sarisa se agotó muy rápido, pero resulta indudable que revolucionó en arte de la guerra durante tres siglos ininterrumpidos, dejando su huella en la eternidad.
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